lunes, 17 de marzo de 2014

Acapulco


HISTORIA DEL PAISAJE DE ACAPULCO


Texto y fotos de: Susana Bianconi*





De regreso de Filipinas, el galeón de Manila avistaba tierra americana a la altura de Los Ángeles, pero no se detenía ahí, sino que viraba hacia el sur, hasta la bahía de Acapulco. El paisaje continental que los viajeros llegaban a ver cuando se proveían de agua, era cambiante: playas, acantilados, desiertos y selva baja.

La gente de entonces era inquieta, curiosa y sabía trabajar la tierra mucho mejor que cualquiera de nosotros, quienes como seres del siglo XXI que somos, vivimos rodeados de silicones, plásticos y electricidad. Entonces hasta la misma nao era biodegradable. Los muertos de a bordo también. Así, quienes sobrevivían la larga travesía del tornaviaje, traían consigo semillas, bulbos y cajas [i]con plantas desconocidas en México.


Una vez adaptadas en México, las plantas partían rumbo a Europa donde a partir de 1788 hicieron escala en Tenerife, en las cálidas islas Canarias, en el famoso  Jardín de Aclimatación de Oratava. En Iberia, fenicios y cartagineses[ii][1] habían introducido palmeras (Phoenix dactilifera) desde el norte de África mil años antes de Cristo, práctica que se sistematizó con la llegada de los árabes a la península en el siglo VIII. Es práctica de los colonizadores allegarse las especies de su lugar de origen, como hicieron los monjes mendicantes que llegaron a predicar en la Nueva España y prontamente plantaron los primeros olivos en este continente, para obtener su familiar aceite de oliva.


*Los planos de arquitectura del paisaje fueron hechos por la autora en base al plano de levantamiento realizado en 2008 por el Dr. Horacio Ramírez de Alba, el Dr. Marcos Mejía López y la Arq. Elda  Gómez Rogel.



 
Muchos frutos usados en la rica gastronomía mexicana fueron introducidos desde el oriente por la Nao de la China que llegaba año con año a Acapulco. Así se naturalizaron los plátanos (Musa paradisiaca) y los mangos (Mangifera ignea), estos últimos oriundos de Manila. Al Brasil, los mangos fueron introducidos por los portugueses desde sus posesiones en Macao.  La pata de vaca u Orquídea de árbol (Bahuina monandra) que alegra las calles de Cuernavaca es de origen asiático y otro árbol excepcional por su tamaño y su perfecta adaptación traído del oriente es el hule (Ficus elástica). La palmera cocotera (Cocos nucifera) tan típica de Acapulco es oriunda del lejano oriente.
El cacao (Theobroma cacao) en cambio, hizo el camino inverso, es decir, fue desde México a Filipinas donde es registrado por el naturalista Juan de Cuéllar en 1786. Cuéllar es quien inicia entonces el Real Jardín Botánico de Manila. Recordemos que para entonces la Nao de la China llevaba ya doscientos años llevando y trayendo toda suerte de preciadas mercancías.
                              En 1789 Alejandro Malaespina, cartógrafo italiano al servicio de la corona española zarpa de Cádiz rumbo a Montevideo y bordeando el Cabo de Hornos, va subiendo hasta alcanzar Acapulco y luego desde San Blas de California cruza el Pacífico y llega en 1791 a las islas Filipinas.

 
Mientras los naturalistas que iban en esta expedición de Malaespina bajaban a tierra para reconocer las especies vegetales, animales y minerales, él hacía la cartografía.  Diez años después de esta expedición, parte del puerto de la Coruña, la más famosa expedición de la época colonial, la del barón Alexander von Humbolt. Como queda a la vista, la riqueza tropical de ambos lados del Pacífico era valorada por los naturalistas enciclopédicos europeos.
El añil (Indigofera tintórea) fue una de los productos más valorados traídos al puerto de Acapulco. Su color azul intenso lo hizo un pigmento favorito tanto como la muy mexicana tinta púrpura de la grana cochinilla obtenida de la plaga del nopal que efectuaba el viaje al oriente.

 
 
EL SITIO
La vegetación nativa de las sierras que rodean el puerto de Acapulco es de pino-encino (pinus-quercus), alternando con selva tropical seca o selva baja caducifolia. El fuerte de San Diego se alza en un clásico morro desde donde se otea la bahía y su salida al mar. También se admiran en la actualidad los grandes cruceros que anclan en el puerto y que miran desde su magnífica alzada  hacia abajo al disminuido fuerte.
No lejos del fuerte de San Diego se encuentra el único parque público del puerto de Acapulco, el    Parque Ignacio Manuel Altamirano, conocido como el parque Papagayo, de unas 20 hectáreas.

Lejos de este enclave y apenas en  2002, se creó en Acapulco el Jardín Botánico Esther Pliego de Salinas en la Universidad Loyola del Pacífico. En él crecen variedades nativas e introducidas. Se puede visitar todos los días del año y de sol a sol.
 
EL FUERTE DE SAN DIEGO:
 
                                         Vista del Google Earth (2009)
El fuerte de cinco puntas ha quedado rodeado al sur por la avenida costera Miguel Alemán y al norte por un vecindario muy pobre y algo inseguro. Está circulado por un impresionante foso, el que podía eventualmente llenarse de agua de ser necesario para resguardar el bastión.(Morales, 2009)

   
                                  Prados desde la subida del estacionamiento
 
El acceso peatonal desde la costera Miguel Alemán está bien diseñado y adecuadamente jardinado con plantas crasas y agaves entre rocas que perfilan las escaleras que conducen a la elevación desde donde se accede al fuerte. En los prados de acceso se pueden apreciar palmeras mexicanas así como mangos de Manila, lo cual es una afortunada combinación de los dos destinos de la nao.
 
      

                                                               Aridez y calor en el patio pentagonal
 
El gran patio pentagonal del fuerte concentra en una importante cisterna el agua de lluvia, agua que era estratégica en caso de sitio prolongado. El patio no siempre estuvo empedrado. Hoy sólo soporta tres gráciles palmas jóvenes y el sol calienta el piso de piedra y la piedra devuelve el calor hacia lo alto, volviendo muy pesada la visita del museo.
 
Sin embargo no siempre fue así. La Guía turística del INAH de 1981 muestra fotos de principios del siglo XX donde la vegetación interna del patio es generosa.
 


                                   Foto tomada de la guía turística del INAH de 1981
 

 

PROPUESTA PAISAJÍSTICA
 
Por lo dicho anteriormente es recomendable plantar algunos árboles frondosos en el patio de armas, sin necesidad de levantar el empedrado más que en los cajetes de las cepas. Sus ramas darán sombra al piso de piedra y esa sombra refrescará a los visitantes de este noble e importante monumento histórico y logrará bajar la diferencia de temperaturas entre el cálido exterior y el refrigerado interior del museo.
Sugerimos que se planten solo cinco árboles y se respete el grupo de palmeras existentes. Dado la rigurosa simetría de todo el conjunto, será prudente trazar un pentágono regular en el interior y plantar un árbol en cada uno de sus vértices. (ver plano)  
 


                                                        Amapa en flor frente al morro de San Diego.

La especie de estos cuatro ejemplares deberá ser mexicana y vistosa como por ejemplo la amapa prieta, conocida también como flor de día (Tabebuia chrysantha) que tiene una elegante floración y no provocará levantamiento del pavimento de piedra del patio ni afectará sus instalaciones subterráneas.
Sugerimos que el foso sea llenado de agua, para bajar la temperatura del sitio. Recomendamos trabajar el fondo con geotextiles oscuros. Así se reflejará el fuerte y cobrará mayor dimensión.

Detalle del patio, donde puede verse que al entrar por el puente levadizo, observaremos al fondo una de las amapas, garantizando la conservación de la poderosa geometría del fuerte.
[ii] Tonatiuh Romero et. al  en  Las estrategias de transporte y adaptación de las especies agrícolas del Viejo Mundo hacia la Nueva España explican cómo sobrevivían los vegetales vivos a lo largo de los viajes oceánicos (200 ) Ciencia Ergo Sum
2.  El Palmeral de Elche en España fue declarado Patrimonio de la Humanidad en 2002.
BIBLIOGRAFÍA:
Barrera, Judith. Palmeras. Arbórea, 8 (22-23) abril 2007. pp: 28-34
Cabeza, Alejandro; López de Juambetz, Rocío. La Vegetación en el Diseño de los espacios Exteriores. UNAM (2000)
Gorbea Trueba, José. Guía Oficial Fuerte de San Diego en Acapulco, Gro.(1981) Instituto Nacional de Antropología e Historia
Morales Sandoval, Esther. Estudio Tecnológico y geométrico del Fuerte de San Diego en Acapulco. (2009) Tesis de Licenciatura, Facultad de Arquitectura y Diseño. UAEMex.
UNESCO. Colección Patrimonio de la Humanidad, vol 9. (2001).  Barsa/Planeta

miércoles, 12 de marzo de 2014

LOS PAISAJES MEXIQUENSES

A propósito de Nishisawa, Obama y Toluca

publicado en CAMBIO # 105, febrero 2014

Variedad de paisajes naturales como de paisajes culturales, el Estado de México es pedacito de Patria surrealista. Sin ser cuatro veces heroica, hoy su capital Toluca, recibe al presidente de los Estados Unidos. Su paisaje urbano luce limpio de grafitis, sus árboles lucen desnudos de follaje ante el afán de limpieza de sus inexpertos jardineros. Sus cerros pelones lucen repletos de viviendas improvisadas. Las calles oscuras, inseguras y tristes recibirán a Obama por un ratito… “y luego bajando la cuesta que arriba en mi calle se acabó la fiesta”.

Nos quedan sin embargo, después de esta puesta en escena, los paisajes pintados por Luis Nishisawa quien con 96 años aún practica el amor por esta tierra en sus obras. Sus altiplanos, sus volcanes y su serenidad son la fusión del alma oriental con la mexicana. Su obra acaba de ser compilada en un magnífico libro editado por el Consejo Mexiquense de Cultura y fue presentado en el Centro Cultural Mexiquense que es un magnífico escenario. Desde la explanada y la fuente de rocas creada por el maestro Nishisawa, en el ombligo del centro cultural, se contempla el Nevado y se vibra con el sol del altiplano.

En esta tierra surrealista, los árboles han sido absurdamente pintados de blanco en honor de Obama. ¿Qué pasará luego con tanta cal o pintura blanca que maltrata los árboles y que alcaliniza la tierra? ¿Por qué tanto esfuerzo por maltratar el paisaje? ¿Quién es el piloto? ¿A dónde vamos? Quizás a seguir plantando carteles espectaculares, quizás a tender puentes entre dos yermos destinos, quizás a pavimentar los humedales, quizás a crear una identidad de aridez lavable con cloro.

Y el paisaje humano del Estado de México es un caleidoscopio donde conviven creadores y destructores. El paisaje humano nos hace rodar a todos los que, en medio de ambos extremos,  nos ganamos la vida en un semáforo, en un antro, en un puesto, en un escritorio, en un andamio o en un laboratorio. Rodamos en el cilindro del caleidoscopio, donde convivimos, melenudos o enmascarados, todos y cada uno de los 15 millones de mexiquenses.

Cabemos todos, pero con oportunidades de acción abismalmente distantes. Somos un continente de inequidad, de distancias insalvables entre analfabetas y doctorados, entre quienes nacen  en cuna de holanes o abajo de un puente mugroso. Cabemos todos, incluso Obama.