martes, 7 de octubre de 2014

CÓMO HUMANIZAR NUESTRAS CIUDADES


publicado en CAMBIO #112, septiembre 2014



La ciudad previa a la industrialización (y a su hijo bastardo, el trailer) era amable y permitía el encuentro casual entre sus habitantes. Hoy la vuelta a esas buenas costumbres puede  restaurarse para colocar al ciudadano de a pie en el sitio que le corresponde, el del rey de la ciudad. Para tal fin nuestras urbes pueden readaptarse mediante mínimas y sabias acciones urbanas como las siguientes:

Reducir el ancho de los carriles vehiculares. A mayor espacio, mayor velocidad.

Ampliar el ancho de las aceras y arbolarlas.

Mantener constante el ancho de los carriles. Cuando la sección de una calle es irregular, las banquetas deben absorber esas irregularidades creciendo donde sea necesario para mantener constante el ancho de los carriles vehiculares. Actualmente ocurre a la inversa; la banqueta es siempre angosta y los carriles se hacen grandotes y se hacen chiquitos.

Eliminar las rampas para discapacitados en las esquinas. Las sillas de ruedas deben cruzar al mismo nivel de la banqueta. Las rampas de subida y bajada deben ser para los vehículos no para los minusválidos. Es decir, el cruce peatonal de rayas debe ser a la vez cruce y tope ancho.

Mandar los estacionamientos atrás de los inmuebles, no al frente. Así se recobra la banqueta para el peatón. Actualmente los comercios sacrifican al peatón para recibir a los autos en sus accesos. Se pierde así el arbolado urbano de las banquetas.

Devolver a las avenidas su doble sentido. Es equívoco usar una avenida en una sola dirección, atenta contra la lógica de su diseño original y la vuelve rápida, consecuentemente el valor de los inmuebles baja y el giro decae.

Construir camellones. En vialidades anchas se debe reducir el ancho de cada carril para instalar al centro camellones; así el peatón podrá cruzar con mayor seguridad haciendo una pausa al medio de la avenida.

Recobrar las banquetas ocupadas por las escaleras de los puentes peatonales. Paradójicamente donde se colocan puentes peatonales elevados, se obliga al ciudadano (que sigue su trayecto por la acera) a bajarse al arroyo vehicular. Es de locos decir que se protege al peatón construyendo masivas estructuras elevadas cuando desplantan del escaso espacio que tiene el peatón para salvar su integridad física.

Regresar al antiguo reglamento de tránsito en materia de la vuelta a la derecha. Mientras el giro a la derecha sea permitido, el peatón jamás tendrá seguridad para cruzar la esquina.

Reducir el alto de las guarniciones. En la actualidad las banquetas han quedado más altas que los inmuebles a los que dan acceso y además constituyen una barrera física difícil de sortear.

Permitir el uso mixto de actividades en todas las áreas urbanas. Cuanta mayor actividad haya en una calle, mayor será la seguridad y la calidad de vida. Los guetos de las privadas no hacen ciudad.

Colocar “parabicis” en las paradas de autobuses más congestionadas. Así el trabajador podrá dejar su bici de ida y regresar a su casa en ella y recobrando el uso cotidiano del ejercicio físico al tiempo que ahorra en transporte colectivo.

Permitir el estacionarse en las calles. Para un peatón es más seguro caminar al lado de un auto estacionado que al lado de uno en movimiento. A mayor número de autos estacionados habrá menos autos circulando y disminuirá la velocidad de los vehículos.

Al disminuir la velocidad de circulación de los vehículos, los inmuebles adyacentes recobran valor y abren nuevos negocios. Las vías rápidas por el contrario acaban con la actividad comercial tradicional. Recobrar la plusvalía de las ciudades depreciadas es una gran inversión.

Humanizar la ciudad es el gran negocio de la sociedad en su conjunto.

 


En el Paseo St. Joan de Barcelona, se redujo el número de carriles vehiculares y se ensanchó la banqueta; la ciclovía va en medio de los dos sentidos.