domingo, 15 de agosto de 2010


VIAJE AL FIN DEL MUNDO

Publicado en CAMBIO de Octubre 2007



Anduve por encima de las nubes mirando abajo los valles, las iglesias y las serpentinas de los caminos. El sur del Estado de México es un mundo viejo y abandonado entre la lluvia y la vegetación exuberante. Sus adobes se deslavan y tiñen de rojo el cemento intruso de las banquetas. Acompaño a una amiga en su recorrido oficial por inmuebles históricos, la camioneta que maneja lleva el logotipo del INAH.. En medio del asiento hay un legajo de oficios, cada uno corresponde a una capilla diferente. La lluvia es intensa y luego la niebla nos envuelve. Cuando salimos de ella a tramos, el pasado nos rodea, hemos viajado en el tiempo.

Llegamos a Texcaltitlán, subimos la escalinata de un imponente atrio y conforme ascendemos nos hacemos pequeñitas, ante el tamaño del templo que crece y ante las montañas neblinosas que nos rodean. ¿Dónde estamos? Los jardines están descuidados. La lluvia arrecia, mi amiga me hace ver unas burdas bajadas de agua de PVC que cuelgan insolentes de las dignas gárgolas de la iglesia; nos guarecemos entonces en una construcción cercana al templo, es fea, informe y con un ruidoso techo de lámina. El agua que cae sobre este triste adefesio se derrama sobre la antigua barda atrial y la destruye hasta el colapso. Me pregunto qué hace esta contrahecha construcción, junto a un valioso monumento colonial.

Olvido entonces –pero ahora quiero recordar- que los monjes que llegaron a México, eran gente erudita, hombres del Renacimiento poseedores de una educación humanista, gente inteligente que supo construir con buenas proporciones y con gran armonía el acervo edilicio del que nos enorgullecemos y que nos hace figurar como el cuarto país del mundo en cantidad de sitios declarados patrimoniales por la UNESCO. Ese acervo edilicio se encuentra ahora agredido por tinacos de plástico negro, por obras deformes, contrahechas y malsanas.

A pocos minutos de este lugar visitamos una hermosa capilla del siglo XVII . Acaban de pavimentarle el atrio en su totalidad. No hay espacio para un solo árbol. Y junto, muy junto, casi encimada a la capilla se ha construido una biblioteca de concreto armado hace apenas cinco años. Antes había habido una construcción de adobe en ese sitio. Ahora los libros se pudren de humedad porque la losa de la biblioteca manda el agua por el muro colindante. Todo está negro de hongos, su interior es desolador. Cuánto dinero mal utilizado, cuánto esfuerzo de la comunidad o del Municipio malhadado. Me pregunto qué aprendió el arquitecto encargado de la obra a su paso por la universidad o por el politécnico. Me duele tanta inmoralidad en el uso de los recursos públicos, tanta carencia de estética de los funcionarios que demuelen adobe para levantar paredes con hongos malolientes.

Me entero que está zozobrando una iglesia en una comunidad cercana, me dicen que los quince católicos que quedan en ella no pueden darle mantenimiento. La gente cambia de religión, y los que siguen siendo católicos en las ciudades no se ocupan de esos inmuebles inmemoriales. Ni los Lasayistas, ni los Jesuitas de la Universidad Iberoamericana, ni los Legionarios de Cristo de la Universidad Anáhuac, ni los Opus Dei de la Universidad Panamericana tienen maestrías en restauración de bienes inmuebles. Tengo entendido que sólo la UNAM y la Universidad Autónoma de Guanajuato ofrecen esta especialidad de la arquitectura. Es decir, sólo las universidades públicas se ocupan del patrimonio nacional. Entiendo entonces por qué del cambio de religión.

Sigue la lluvia y visitamos un templo que está presto a celebrar a su santo patrono. La banda ensaya en el quiosco. Los juegos metálicos de la feria, duermen aún alrededor. Una escuelita con ventanas enrejadas distorsiona la geometría del atrio. Está pintada de verde limón y rojo encendido, la herrería es negra y el conjunto un bodrio inconcebible. Cuesta trabajo fotografiar el esbelto campanario de la iglesia, que, aunque se recorta contra un cerro de tupida vegetación, está empañado por cables y varillas de obras inconclusas. Unos borrachitos pasan maldiciendo.

Llegamos luego a una iglesia muy intervenida, es decir, muy alterada en su fisonomía original. Nos abren el templo y comprobamos que hay humedades en los muros. La recorremos por fuera y vemos que las viejas y recias bancas que tenía han sido sacadas del templo y apiladas junto con madera costera, contra los muros exteriores del templo. Estos cúmulos son los que provocan las humedades interiores. Las antiguas puertas de madera también están tiradas a la intemperie; las actuales, en cambio, son de lámina. Mi tristeza no me permite conversar, me hundo en la desolación de estos templos abusados que alguna vez estuvieron en buenas manos y ahora se deshacen por la estulticia de sus fieles. Quedan en el interior las bases de dos columnas que sostenían el coro. Bases sin columnas... la depredación y la ignorancia acaban con el alma del lugar.

No hay espacio para seguir hablando del convento de Sultepec y de las otras dos iglesias que visitamos después de comer unas quesadillas. Sólo tienen algo en común: humillantes baños públicos coronados con tinacos, y escuelas primarias de factura reciente y a la altura de los baños. Recordé entonces que Elba Esther Gordillo, la Secretaria General y vitalicia del Sindicato de los Trabajadores de la Educación donó un cheque de 10 millones a Alan García, Presidente del Perú a raíz del terremoto que sufrieran recientemente. Lo pensé mientras miraba la basura acumulada atrás de las aulas oscuras y mal construidas, mal pintadas, inacabadas.

El regreso fue largo, desandando las serpentinas del camino montañoso hasta bien entrada la noche. El paisaje húmedo, de ricos verdes y de pobres gentes, nos helaba los huesos. La mayor parte de los hombres jóvenes están del otro lado. El escalofrío no cede, seguirá acompañándonos mientras la pobreza del sur del Estado no se mitigue. Mi amiga es fuerte, volverá a su noble trabajo armada de buena voluntad y dulzura conciliadora. A mí me inunda el miedo, pienso que en algún recodo de esa interminable carretera que recorrimos juntas, erramos el camino, y que nos fuimos, con todo el país a cuestas, al mismo diablo.

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